Guasave, tierra de ensueño
Publicado el , y escrito por:Nací en Guasave pero llevo residiendo en Culiacán 40 años. A Culiacán le di mi juventud, mi plenitud, mi madurez y no sé aún si mi senectud. A Guasave mi infancia y mi adolescencia.
Nací en Guasave pero llevo residiendo en Culiacán 40 años. A Culiacán le di mi juventud, mi plenitud, mi madurez y no sé aún si mi senectud. A Guasave mi infancia y mi adolescencia. Cada vez que regreso a mi lugar de origen me percato de las pequeñas diferencias que hacen único a cada lugar. Entre muchas cosas que distinguen a una ciudad de otra, la principal es su clima en estas fechas decembrinas y de año nuevo.
Jamás veremos a una ciudad de Culiacán, por ejemplo, borrada por una espesa neblina que no deja ver nada a dos metros de distancia. Ese manto lechoso y húmedo que deja el pelo todo estilado, la nariz roja y las manos tiesas, nunca lo he experimentado en la ciudad de los tres ríos y sí en Guasave, que es muy habitual entre los meses de diciembre y enero.
Siempre he tenido la sensación de que el norte de nuestro país, por la costa del pacífico, empieza aquí, en las Riberas del río Petatlán. Se puede apreciar una relación de continuidad no solo climática que tiene su origen aquí y se prolonga por todo Sonora y la Baja norte, sino también de costumbres, tradiciones y expresiones lingüísticas.
Sobre esto último, por ejemplo, palabras como bichi, tochi, cochi, tacuachi, vaivuri, cuisuqui, guachapori, son poco usuales en nuestra capital sinaloense, mientras que aquí son de uso popular.
Si Culiacán es la capital del Sushi, Guasave lo es del pescado zarandeado y de sus cócteles de mariscos acompañados siempre de aguacate, salsa huichol y tostadas caseras recién fritas. Se tiene aquí también la cultura gastronómica del borrego al horno de tierra, y del consumo del frijol mayocoba y "serahui" acompañados de los infaltables burritos de harina con machaca.
En Culiacán no hace mucho que todavía se comían a las iguanas y aún persiste el consumo de carne de víbora de cascabel, de lo cual nunca he tenido noticias ni lo he visto que se haga en Guasave. No obstante, en mi niñez observé aquí mucho consumo de ancas de rana y de unos moluscos que llamaban "choros", los cuales nunca me animé a probar.
De acuerdo con los estudiosos de la historia antigua de México, aquí en Guasave terminaba la famosa zona cultural de Mesoamérica e iniciaba otra bautizada como Aridoamérica. Fue muy coincidente, también, que aquí se diera el reencuentro con los suyos de aquel famoso expedicionario español, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, quien en su obra "Naufragios" menciona el pueblo de Bamoa y el río Petatlán como lugares de su rescate.
Los guasaves fueron un grupo indígena diferente, pues no fueron ni cahitas ni tahues, y aquí se desenvolvió un cultura indígena original que proyectó su influencia hasta el centro del país a través de la cerámica roja, como lo afirmaron arqueólogos norteamericanos que hicieron excavaciones aquí en la década de los treintas del siglo pasado. Hasta en esto se diferenció de nuestra capital Culiacán, diferencia que parece haberse proyectado hasta el tiempo presente, convulsionado por la ola de violencia que azota el centro y sur del estado. Aquí se respira paz y tranquilidad, y parece como si no existiera ese flagelo cancerígeno que carcome la mitad de nuestro estado y la mitad de nuestra patria entera. Aquí se vive y se muere de otra manera, sin estridencias; parece, pues, como si el mal que tanto nos aterra y que también aquí existe, se lo hubiese tragado la tierra. Hasta en eso también somos diferentes: no somos ni M ni Ch, los códigos identitarios actuales. Guasave es una isla perdida en el tiempo.
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