Ciudad Sitiada

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Otro fatídico jueves negro para la historia de la infamia de Culiacán. Cuando apenas empezábamos a ver brotes verdes en el proceso de pacificación y normalización de la vida cotidiana de nuestra...

Otro fatídico jueves negro para la historia de la infamia de Culiacán. Cuando apenas empezábamos a ver brotes verdes en el proceso de pacificación y normalización de la vida cotidiana de nuestra ciudad, el monstruo que nos tiene acorralados ha vuelto a asomar su torva cara. El operativo Culiacán en Movimiento parecía el pistoletazo de salida para gozar de una primavera esplendorosa tanto de día como de noche, y resulta que con los incidentes violentos de ayer, eso se derrumbó como un castillo de arena.

La ciudad volvió a detener su marcha, cientos de eventos se cancelaron simultáneamente por culpa de esta maldición que nos aqueja. Hoy, por ejemplo, se tenía que presentar el cuerpo de visores del equipo de las Chivas de Guadalajara para observar a los probables prospectos que engrosarían las filas de sus fuerzas básicas, y no les quedó más remedio que cancelar por el peligro que representa la nueva oleada de violencia desatada que azota nuestra ya triste ciudad.

¿A dónde iremos a parar? La verdad es que la situación que se vive en nuestra ciudad capital es ya insostenible. Los expertos hablan de cifras de miles de millones de pesos en pérdidas económicas, lo cual ha traído consigo un desempleo e inflación que golpea duramente a los sectores más vulnerables de nuestra sociedad.

Al paso que vamos corremos el peligro de convertirnos en un pueblo fantasma. La migración cierta de capitales, fortunas y familias que han dejado Culiacán para asentarse en otros sitios nos revelan esa tendencia. Ciudades como Guasave y, principalmente, Los Mochis han visto reflejados en su vida comercial un crecimiento derivado de este fenómeno.

Ni los expertos más encumbrados han podido dar con la solución a este problema social. Politólogos, sociólogos, filósofos e historiadores, entre otros, han abordado el problema desde diferentes aristas tratando de explicarlo para encontrarle una solución y no han dado pie con bola. Está enfermedad social ha estado todo el tiempo presente, no se ha ido y nunca se fue; es de naturaleza, más bien, intermitente, que brota y se oculta a conveniencia, de manera muy oportunista.

No sé puede lanzar un ataque frontal contra un enemigo elusivo, que se mueve en las sombras y que se mimetiza con la población civil. Los cuantiosos recursos con los que cuenta derivados de sus actividades criminales les permite cierta movilización y capacidad de respuesta rápida y fugaz. No podemos explicar su duración en el tiempo sin un cierto grado de complicidad de varios sectores de la población que les nutre de combatientes y/o qué se benefician de su existencia.

¿Cómo podemos cortar, por ejemplo, el influjo que ejercen sobre los jóvenes de los barrios marginales de la ciudad y de las comunidades rurales, quienes son los que empuñan las armas para luchar como mercenarios a su favor? Es bastante obvio que el papel principal para desactivar eso descansa en el sistema de educación pública desde sus niveles más básicos. Ahí es donde deben concentrar sus esfuerzos el gobierno federal y estatal para ganar la batalla de la empatía. Se debe dejar de percibir a los gobiernos como los enemigos del pueblo, focos de corrupción y fuente de impunidad para la aplicación de la justicia y el Estado de derecho. Lograr eso le corresponde a nuestras escuelas y maestros. Ellos representan la primera línea de batalla en contra de las conductas antisociales, de la promoción de los valores éticos, por lo que la atención prestada hacia ellos debe ser de absoluta prioridad. No se debe escatimar recursos ni reparar en gastos aplicados a la educación pública en todos y cada uno de sus niveles.

 

El largo brazo de la justicia y el bienestar todavía no ha llegado hasta las capas más bajas de nuestra sociedad. Hay demasiada asimetría dibujada en nuestro tejido social. El centralismo político y económico nos viene asfixiando. La provincia, como despectivamente se le denomina a las regiones de nuestra república, está abandonada en sus sectores rurales. Existen territorios que siempre han sido tierra de nadie, en el sentido de que las instituciones del Estado mexicano no han llegado hasta allá a ofrecer su protección y beneficios. Uno de esos beneficios es la escuela pública. Urge masificar y extender la educación por todos los rincones del país, que llegue y arraigue hasta en los rincones más apartados, hasta en las geografías más abruptas. No debe existir ningún tipo de pretexto del Estado para no garantizar eso. Sinaloa y específicamente la ciudad de Culiacán están padeciendo en carne propia décadas de desatención al sector educativo. El aumento salarial de emergencia al sector magisterial es impostergable, así como la promoción de nuevos cuadros docentes que tendrán como misión rescatar de las garras de estos criminales impíos y sanguinarios a las nuevas generaciones de jóvenes mexicanos.

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