La Escuela, y no el narco, es el único y auténtico nivelador social
Publicado el , y escrito por:Se ha perdido, no sabemos porqué, la sensación de que el estudio es la vía más segura para superar la pobreza y miseria heredada de nuestros padres, y ascender, por tanto en la escala social.



"Sabía que estaba condenado y que mi única oportunidad era la escuela".
Mohed Altrad
Acabamos de festejar el día del maestro y ya tenemos encima el día del estudiante. Docente y aprendiz, celebrados en el mismo mes de mayo, conforman un binomio al cual nuestro país debe volver a prestar gran importancia. Digo esto porque hace tiempo que se ha perdido, no sabemos porqué, la sensación de que el estudio es la vía más segura para superar la pobreza y miseria heredada de nuestros padres, y ascender, por tanto en la escala social. Hoy está ausente esa mística inculcada por ellos y nuestros abuelos, que en su ignorancia y con todas sus limitaciones reconocían que la escuela era la única oportunidad que tenían sus hijos o sus nietos de salir del oscuro abismo del hambre y la promiscuidad.
El régimen político que trajo consigo la Revolución mexicana de alguna manera impulsó esa idea de que asistiendo a la escuela las personas podían mejorar su condición de vida y pasar de dormir en el suelo y comer una vez al día, a vivir hasta donde el potencial de su esfuerzo, inteligencia, talento y disciplina se lo permitieran. Yo crecí en Guasave, en un barrio de origen humilde situado atrás de la Iglesia del Rosario conocido como El Chaleco. Viví en casa de mis abuelos que tuvieron diez hijos entre los años de 1928 y 1944, y recuerdo que la mitad de esos hijos y nietos, residíamos en el mismo solar, viviendo de unas vacas, una pocilga de cerdos situada a un costado de una casa de adobe y un gallinero ubicado por ahí mismo. De mis abuelos, el único que sabía leer era mi abuelo, y no porque en sus tiempos prerrevolucionarios haya ido a la escuela, sino porque algún buen samaritano le enseñó. Mi abuela, la pobre, creció, vivió y murió siendo analfabeta; nunca le fue impartida enseñanza alguna, destino fatal de toda mujer pobre en aquellos tiempos.
Sin embargo, la Revolución le permitió a todos sus hijos estudiar y alfabetizarse en una escuela edificada muy cerca de su hábitat, no quedando ninguno sin recibir instrucción; es más, a sus dos primeras hijas, las más grandes, la misma escuela donde ellas aprendieron a leer y escribir las reclutó como maestras, para que ellas a su vez enseñaran a las nuevas generaciones.¡Qué gran orgullo habrán sido para mi abuela! Tener dos hijas que aprendieron lo que ella no pudo y que además se dedicaran a enseñar a los demás. De los restantes hijos, solo otros dos lograron cursar estudios universitarios, graduándose una de maestra normalista y el otro de licenciado en economía. Toda una proeza para un matrimonio compuesto por un peluquero reconvertido en ejidatario de una parcelita de cinco hectáreas y una ama de casa que se ganaba unos cuantos pesos cosiendo ropa en sus escasos “ratos libres”.

Contaba mi tío, apodado El Cholo, que mi abuela, su madre, fue la que más decididamente impulsó su deseo de estudiar en la capital, ante las dudas y reticencias de mi abuelo. Ella, al igual que muchas madres de esa generación posrevolucionaria, sabía que la única oportunidad para su hijo de superar su destino inicial era estudiar en la universidad y convertirse en un “licenciado”, como decían esos abuelos orgullosos de sus hijos. Antes, serlo, poseer ese ansiado título profesional significaba romper las barreras sociales, salir del mundo de la marginación, escalar en la pirámide social y dejar atrás, en pocas palabras, el reino de la necesidad de sus progenitores. El mundo se abría al que pasaba por la universidad, las oportunidades eran reales y tangibles, la anhelada movilidad social tenía lugar y una familia abrigaba por fin la esperanza de que uno de sus miembros pegara ese “jalón” que les permitiera dejar de ser los eternos condenados de la tierra.
Ahora se ha perdido el amor por el estudio. Ya nadie, creo que ni siquiera los propios padres, creen que pueda servir para mejorar sus condiciones de vida, tanto del propio educando como de su núcleo familiar. Cierto, hoy existen más facilidades para estudiar, el acceso es muy amplio y flexible, ya no se tiene que viajar tanto, los centros educativos están a la mano, pero, paradójicamente, las oportunidades de una buena colocación y un buen empleo, se han reducido notablemente. Se escuchan con más frecuencia frases como las de “tanto estudiar para nada” o “de qué te ha servido” que reflejan un desaliento por la extrema precariedad laboral que se observa por todas partes. La famosa prédica liberal de abrir camino a la fortuna tanto al mérito como al talento ha quedado olvidada, pues ahora todo se traduce en ajustes, apretones, recortes y sacrificios en un ambiente de eterna “crisis sistémica”.
La tarea de educar a nuestras nuevas generaciones se ha rebajado. Los gobiernos de sexenios anteriores, podemos decir que desde Miguel de la Madrid, le perdieron el paso al fomento de una educación de calidad. Los presupuestos se redujeron, los salarios a los maestros se estancaron, la inversión en infraestructura y modernización llegó a sus niveles más bajos, provocando un tremendo deterioro en la educación que hoy cuesta mucho revertir. El desencanto generalizado hacia la educación como vía de escape de la pobreza provocó que cientos de miles de nuestros jóvenes se arrojaran a los brazos del crimen organizado con la tácita complacencia de sus padres, quienes vieron en el narcotráfico la única chance en los tiempos modernos de salir de su miseria.

Lamentablemente, todo fue un espejismo y se dieron cuenta que estaban agarrados a un clavo ardiente. Esa actividad solo deja llanto, dolor y desolación, pues su bonanza es demasiado efímera. El momento ha llegado, después de todo lo que hemos vivido y por todo lo que hemos pasado como sociedad, de que la educación, la escuela de todos los niveles, los maestros de todos los grados, recuperen el estatus perdido, se vuelvan a posar en el imaginario colectivo como la vía más segura, duradera y efectiva de superar un destino inicial de marginación y cambiarlo por uno de logros y realizaciones individuales y familiares que construyan verdadero tejido social. La paz, la armonía social, no pueden esperar más. La Escuela, el Maestro, deben ser la punta de lanza del progreso social y la superación individual, y que ya nunca más sirvan como referente para nuestra juventud el uso de la violencia, el derramamiento de sangre y el tráfico de drogas como modelo insuperable de escala social. Las recientes declaraciones tanto del gobierno federal como del gobierno estatal de Sinaloa apuntan para allá; son un gran aliciente y rayo de esperanza para estos tiempos inciertos.
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