Veinte Años de Sombras

Publicado el

Veinte años han pasado y la universidad sigue en pie, aunque con las paredes resquebrajadas por el peso de las promesas vacías, con sus aulas llenas de estudiantes que han aprendido a sobrevivir...

Veinte Años de Sombras

Eli Terán Cavanillas

Veinte años han pasado y la universidad sigue en pie, aunque con las paredes resquebrajadas por el peso de las promesas vacías, con sus aulas llenas de estudiantes que han aprendido a sobrevivir en una institución donde la academia quedó en segundo plano, donde la investigación fue arrinconada como un estorbo y la educación se convirtió en un discurso hueco, repetido en informes de gestión que solo sirven para engrosar la propaganda.

Porque la UAS ya no se gobierna desde sus pasillos, ni desde sus aulas, ni desde las bibliotecas donde antes se discutía el porvenir del conocimiento. La universidad fue tomada hace dos décadas por un grupo que encontró en sus cuentas bancarias un mejor uso para los recursos que debían haber sido destinados a la educación, un grupo que convirtió el rectorado en un feudo, en una maquinaria política que no trabaja para la ciencia ni para la enseñanza, sino para sus propios intereses, para su partido, para su familia.

Durante veinte años, el apellido y partido político de una familia se ha escrito con la tinta de los contratos inflados, de las obras inconclusas, de los viáticos sin justificación, de los fideicomisos que nunca llegaron a los estudiantes pero sí a las empresas de amigos y familiares. Se han robado becas, han desaparecido presupuestos, han prometido salarios dignos que nunca llegaron, han convertido el patrimonio de la UAS en una caja chica de la que han sacado lo que han querido, con la tranquilidad de quien cree que nunca tendrá que rendir cuentas.

Veinte años y las historias se repiten: rectores distintos, pero con la misma voz; discursos diferentes, pero con las mismas mentiras; auditorías que encuentran anomalías pero que nunca llegan a consecuencias. Y mientras tanto, los profesores siguen sin materiales para investigar, los estudiantes sin espacios adecuados para aprender, los trabajadores con sueldos que apenas les alcanzan, porque el dinero que debía ser para ellos terminó financiando campañas, comprando voluntades, pagando favores políticos.

Pero no son los políticos ni los saqueadores quienes sostienen la universidad. La UAS sigue en pie porque hay maestros que cada día se enfrentan al abandono institucional y aun así siguen enseñando, porque hay trabajadores que con su esfuerzo diario mantienen en funcionamiento lo que el presupuesto desviado no pudo destruir, porque hay estudiantes que a pesar de todo siguen soñando con un futuro distinto, con una universidad que les pertenezca de verdad. Son ellos, y no los administradores corruptos, quienes han impedido que la UAS se hunda por completo.

Por eso, es a ellos a quienes les corresponde recuperarla. No se puede permitir que este grupo de saqueadores siga en el poder, no se puede permitir que la historia de fraudes y mentiras se repita otra vez. La dignidad universitaria no es un concepto vacío, es un derecho y una responsabilidad. La universidad es de sus maestros, de sus trabajadores, de sus estudiantes, y es su deber arrancársela de las manos a quienes la han convertido en su negocio privado.

La UAS no puede seguir siendo un botín. Es momento de alzar la voz, de dejar claro que ya no hay espacio para la corrupción, de demostrar que el miedo cambió de bando. La universidad es nuestra, y quienes la han saqueado durante veinte años deben entender, de una vez por todas, que su tiempo se ha acabado.

Opinión, UAS, Universidad, Sinaloa,