Insurrección en Los Ángeles

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Las deportaciones indiscriminadas, incluso contra personas de origen extranjero que ya tienen un estatus legal en Estados Unidos, han desembocado en las sublevaciones callejeras que estamos viendo.

El 17 de septiembre de 1787, los Estados Unidos promulgaron su Constitución política que actualmente los rige. Después de un inicio tormentoso y errático bajo los Artículos de la Confederación, decidieron darse a sí mismos este órgano de gobierno que erigía un poder presidencial fuerte con contrapesos en las cámaras legislativas y en la sala de la Suprema Corte de Justicia. Su primer presidente fue George Washington, héroe militar de su independencia, quien impuso la tradición de durar en el cargo dos periodos de gobierno como máximo.

Washington gobernó desde el 30 de abril de 1789 al 4 de marzo de 1797. En su primer año de gobierno le tocó presenciar el estallido de la Revolución francesa, y tanto él como sus sucesores tuvieron que lidiar con este problema internacional hasta ya bien entrado el siglo XIX. Debemos de recordar que Estados Unidos alcanzó su independencia mediante un decidido apoyó de Francia, una alianza militar de ayuda mutua en caso de agresiones de terceros.

Bajo el gobierno de Washington, Estados Unidos no quiso involucrarse en el conflicto que desgarraba a Europa, particularmente en la lucha entablada por la Francia revolucionaria contra Inglaterra. El Presidente convocó a todo su pueblo a mantenerse neutrales y evitar que la naciente y débil república sucumbiera bajo los intereses de esas dos súper potencias de su época. Sin embargo, el nuevo gobierno francés demandaba de los americanos un firme apoyo a la nueva República francesa como contraprestación por la ayuda brindada por ellos para sacudirse el yugo de Inglaterra.

Un ministro plenipotenciario injerencista y una comisión denominada XYZ, ultrajada por los franceses,  provocaron que el presidente John Adams impulsara en 1798, en el Congreso, la Ley de Enemigos Extranjeros destinada a frenar toda espionaje o sabotaje a favor de Francia y a detener y expulsar vía fulminante a todo ciudadano extranjero, incluso nacional, que conspirara o colaborara a favor de una nación hostil o en guerra con los Estados Unidos.

Es bajo el amparo de esta ley que Donald Trump ha venido realizando sus razzias por las principales ciudades de los Estados Unidos, deportando sin ningún juicio de por medio a todo residente ilegal en su país, bajo la acusación de que realizan “incursiones predatorias” en contra de su territorio y son, por lo tanto, enemigos jurados de su país. Al principio la acusación iba dirigida contra una organización criminal venezolana conocida como el Tren de Aragua, pero después se extendió hacia todo inmigrante sospechoso a criterio muy personal de ellos mismos. 

Las deportaciones indiscriminadas, incluso contra personas de origen extranjero que ya tienen un estatus legal en Estados Unidos, han desembocado en las sublevaciones callejeras que estamos viendo en la ciudad de Los Ángeles. Desde el viernes que iniciaron las redadas hasta el día de hoy domingo, las protestas que funcionarios como JD Vance llaman insurrección, se han incrementado en esta ciudad de administración demócrata y con un alto porcentaje de inmigrantes de origen mexicano. El conflicto sigue escalando y tiene tintes de convertirse en un conflicto internacional si el gobierno de México sale a defender, como debería, a todos los mexicanos residentes de esa ciudad, sin importar la situación legal en la que se encuentren. 

México lo debe tomar como una afrenta a su dignidad nacional, pues el ataque indiscriminado norteamericano se hace contra una población muy leal al estado de California y a los Estados Unidos mismo, además de que México no es una nación hostil ni enemiga de guerra de este país. México es su principal socio comercial y aliado geopolítico, y de ninguna manera merece este trato que le dan a sus connacionales. Donald Trump se ha equivocado rotundamente en tener a los mexicanos en su punto de mira y desde aquí debemos apoyar todo acto de resistencia civil que efectúen nuestros compatriotas en ese territorio.

Hay historia, historia compartida que no debemos olvidar. México no recorrió su frontera, sino que en el inicio de esta historia compartida la verdad fue que sangre mexicana fue derramada en suelo mexicano. Remember The Alamo.

 

 

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